Alia

La Batalla de Alia 2

La batalla salió todo lo mal que puede salir. Miles de ciudadanos romanos murieron luchando contra los galos; varias legiones no volvieron a Roma. Todos los soldados de infantería pesada fueron masacrados en el propio campo de batalla; muchos de los de la infantería ligera murieron en la persecución siguiente. Solo pudimos hacer una cosa: correr sin aliento hacia Roma.

Y en Roma no había gente para mantener las murallas. Seguimos corriendo hacia la colina más protegida, la colina Capitolina, dejando abiertas las puertas de la ciudad, lo cual lo aprovecharon los hombres de Brenno. Todo el mundo que puede correr nos sigue porque los galos nos vienen pisando los talones y en la ciudadela que protege la colina tendremos la oportunidad de defendernos.

Nada más entrar, los galos no definen ninguna estrategia más y cargan hacia la ciudadela, como hicieron en Alia. La diferencia es que ahora estamos más preparados, protegidos por las murallas, y, desde una posición elevada,  nuestras flechas destrozan su carga; incluso antes de llegar a las puertas, se dan la vuelta. La carga es disuelta mientras lanzamos los primeros gritos de alegría en esta jornada tan aciaga para Roma.

Poco tiempo después, los galos han recuperado el aliento y lanzan una nueva carga directamente hacia la colina y nuestras defensas. Igual que en la primera carga una lluvia de flechas y diversos proyectiles entran entre los huecos de sus escudos y multitud de galos cayendo como consecuencia de esa carga ciega. Y otra vez, antes de llegar nuestras defensas, pierden su fuerza y se retiran con las filas mucho más ligeras. Ahora, al comprobar que hemos vuelto a infringir un serio correctivo al enemigo, los gritos de victoria son más fuertes. Le hemos dicho alto y claro: os costará tomar esta colina.

Miles de los galos han quedado tendidos entre sus posiciones y nuestras defensas en los dos intentos de toma de la colina. Hemos perdido a mucha gente en la batalla del río Alia, pero ellos acaban de perder a muchos soldados intentado tomar la Capitolina. Muchas muertes este día que no acaba de terminar. Esa misma noche recibimos la visita de un mensajero de Veyes dónde se encuentra otro de nuestros ejércitos al mando de Marco Furio Camilo que pide ser investido como dictador y general único para combatir a Brenno. Esa misma noche sale el mensajero con la aprobación por el mismo sitio que entró, un acantilado que no vigilan los galos.

A la mañana siguiente, toda Roma es pasto de saqueos, incendios y asesinatos de todo aquel que no llegó a tiempo a la Capitolina y, es así durante ese triste y maldito día para la historia de Roma.

Llega la noche con los nervios a flor de piel. Un ganso nos salva de lo que era un ataque sigiloso de los hombres de Brenno por el acantilado del mensajero. Su canto en mitad de la noche hace sospechar a la patrulla de Marco Manlio Capitolino que puede rechazarles causándoles muchas bajas que vuelven a ser abandonadas en mitad de tierra de nadie. Los rayos del sol anuncian un nuevo día. Un día más resistiendo, esperando a que nuestros hermanos de Veyes lleguen para ponerle las cosas difíciles a los galos de Brenno.

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Por Francisco José Díez Devesa

Amante de la escritura desde pequeño. Espero que disfrute de mis relatos e historias.

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