El Socorro de Goes.

Es el 20 de octubre en el año 1572 del nacimiento de nuestro Señor Jesús Cristo, siendo el sexto año de guerra entre los rebeldes y las tropas de Su Majestad el emperador Felipe II.

Estando los soldados leales a Su Majestad, nuestros hermanos, defendiendo la ciudad de Goes al mando de don Isidro Pacheco, llega a nuestro conocimiento, a nosotros, las tropas del duque de Alba, que no aguantarán. No dejaremos solos a nuestros hermanos.

Don Fernando Álvarez de Toledo llama a nuestro mando, Sancho Dávila, para que acudamos prestos al auxilio de don Isidro Pacheco. Goes es una ciudad casi completamente rodeada por el mar, prácticamente una isla. Debido a que los herejes tienen controlados los puertos y el mar que podríamos ayudar, tendremos que utilizar alguna imaginativa operación para poder socorrerlos.

En buena hora llega el capitán Plomaert, flamenco pero leal al Emperador, con un plan. Cruzar uno de los ríos a pie, aprovechando que la mar se retira, con todo lo necesario para atender a la guarnición. Nuestros señores, tanto Sancho Dávila como Cristóbal de Mondragón, lo vieron viable con tres mil de entre mis hermanos. Los valones* y alemanes nos juntamos para poder llevarlo a buen término.

Fueron repartidos entre todos panes de munición de un kilo y la pólvora para nuestros compañeros de Goes que guardamos en una bolsa. Algunos de nosotros también guardamos nuestros antiguos doce apóstoles, es decir, nuestra bandolera con los frascos de pólvora y balas para doce disparos.

Una noche de verano con bastantes luces en el cielo. Nuestro Dios nos ayuda para cruzar el río. Cuando el mar se retira, situamos la bolsa en una pica que sujetamos con los dos brazos por encima de nuestras cabezas junto a nuestros arcabuces. Todo sea para que nada se moje. Sin ninguna armadura más, nos adentramos en el río. El agua nos llega hasta el pecho. El fondo lodoso dificulta el andar; el oleaje también nos golpea llevando el agua a la altura de nuestras barbillas. El agua sigue estando  fría. Tendremos que darnos prisa, antes de que la mar vuelva o se haga de día. Cualquiera de las dos cosas es nuestro final. Tanto el de Mondragón, Dávila y un tal Francisco Verdugo se dedicaron durante la noche a animarnos para seguir adelante mientras que los leales flamencos comprueban el camino por el que ir.

Cuando los primeros rayos de Sol empiezan aparecer en el horizonte, llegamos a la otra orilla. Aunque estamos cansados sabemos que no podemos esperar, Goes nos necesita y todavía nos encontramos lejos. Don Cristóbal de Mondragón y Sancho Dávila nos ordenan como un escuadrón, los españoles en la vanguardia, alemanes y valones detrás de nosotros. Así reactivaremos nuestros cuerpos entumecidos por el paso por el río. Marchando hacia el enemigo. Arcabuces cargados, las picas están listas.

Los rebeldes no nos esperan, cuando nos ven llegar solo hacen una cosa, correr. Correr a sus barcos. No necesitamos órdenes. El sufrimiento de nuestros compañeros de Goes y los muertos cruzando el río son vengados esta misma mañana. Muchos de los rebeldes no llegan a sus barcos. El resto tienen que huir. Goes sigue siendo de Su Majestad.

*habitantes de una de las tres regiones que componen Bélgica.

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Por Francisco José Díez Devesa

Amante de la escritura desde pequeño. Espero que disfrute de mis relatos e historias.

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