Escombros y Cenizas

De repente todo se lleno de cenizas y no se veía nada, intente restregarme los ojos pero no se iban inmediatamente sino que se iban despejándose poco a poco. Gracias a eso empecé a ver a mi hermano mayor que ya había cogido la mochila con las necesidades básicas y yo cogí a mi primo pequeño que todavía no había llegado a aprender a andar. Salimos hacia el salón cuando mi primer pie se quedó sin suelo donde apoyarse y si no hubiera sido porque mi hermano me agarró y me arrastro hacia dentro otra vez me hubiera caído. Donde estaba el salón anteriormente ahora solo había un enorme agujero que dejaba la mitad del edificio al descubierto. Cinco pisos reducidos a solo uno en escombros. Siempre habíamos sabido que tendríamos que salir de nuestro hogar por la guerra pero entonces empezaron las explosiones y no nos atrevíamos a salir del edificio. Ahora no nos quedaba otro remedio.

Mi hermano por delante y yo corríamos bajando los tres pisos de escaleras y después cruzábamos toda la ciudad sin mirar atrás y llegamos al punto donde se suponía que nos íbamos a reunir toda la familia si pasaba algo así. Una pequeña colina a un kilómetro de distancia de la ciudad. A la mitad del camino mis pulmones ya se estaban cansando y mis piernas me empezaron a doler cuando comencé a subir la pendiente. Llegué sin ningún aliento y totalmente abatido pero llegué. Y entonces fue cuando miré para atrás.

Mi hermana mayor y mi madre venían a medio kilómetro seguidas de mis tíos y mi prima mayor y justo saliendo de la puertas de las ciudad salía mi abuelo. Nadie más salía corriendo de la ciudad en esta dirección. Ni mi padre, ni mi abuela, ni mis otros dos hermanos pequeños, ni mi otro primo. En ese momento comenzó de nuevo el bombardeo y pudimos ver como tres de esas bombas caían sobre nuestro, ya semidestruido, barrio cubriéndolo de cenizas y humo negro sin que nos dejar ver nada más.

Las lágrimas corrían por mi rostro como una cascada en deshielo lo que hacía que mi cara se limpiará mientras abrazaba a mi primo pequeño y mi familia llegaba a la colina.

Deje de contemplar la ciudad sin esperanza y observe a mi familia. Mi abuelo tenía los labios apretados en una línea delgada y los puños cerrados mientras que las lágrimas corrían por su cara. Mi hermano mayor abrazaba a mi madre de rodillas en el suelo que no paraba de llorar y gritar. Mi tío sostenía a mi prima y a mi tía como podía mientras miraba desesperado como las bombas en poco tiempo destrozaban lo que tanto tiempo nos había costado comprar. Todos los recuerdos, todas las ideas, todos los sufrimientos, todo siendo destrozado por la bombas en esos momentos.

Cuando más perdidos nos sentíamos, mi abuelo se hizo cargo de la situación y con su voz potente nos ordenó que dejáramos de mirar la ciudad que nada más podíamos hace y que nos fuéramos hacia la frontera donde si teníamos suerte habría un campamento de refugiados. Todos sabíamos que aunque nos fuéramos muy lejos esa visión de desolación total no nos iba a desaparecer nunca. Esa visión de escombros y cenizas nos perseguirá siempre.

 

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Por Francisco José Díez Devesa

Amante de la escritura desde pequeño. Espero que disfrute de mis relatos e historias.

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