Traición 3 El Combate

Anteriormente en Traición:  Después de decidir irse a la capital juntos, tanto el soldado como la familia, escuchan y ven como una falsa patrulla les está llegando por la retaguardia.

 

– Vosotros seguid, yo les intentaré retrasar.

– Ni lo sueñes. Nosotros te apoyamos. Dayo, para.

Y así es como se preparan para la batalla. Él salta del carro justo nada más pararlo en mitad del camino mientras que la patrulla falsa para la carrera. Dejan descansar a los caballos a unos treinta metros del carro. Mientras tanto la familia saca sus arcos y el padre saca una lanza.

– No bajes, sois más de utilidad arriba.

– Pero…. Solo tenemos tres arcos.

– Quédese arriba con la lanza y al que se acerque le ensarta. Dejeme a mí el resto.

Y simplemente estudia. En el camino solo caben tres caballos de golpe por culpa de los árboles que circunda el camino. No les podía rodear de ninguna manera. Con el bajobosque seco que hay por los lados, tardarían mucho y los oirían llegar antes de ser sorpresa.  Por tanto, el ataque será frontal. El camino está totalmente despejado y llano. Una buena carga de caballería. Eran en total nueve soldados, más que cualquier patrulla normal y menos que una de ataque.

– Disparad a los caballos. Si es posible no lo mateís solo heridlos.

Si es posible que la carga sea lo más lenta posible. Y de pronto, ya están preparados. La carga empieza sin gritos ni amenazas. Solo quieren acabar pronto. Mejor. Una sonrisa se dibuja en la cara. Saca la espada de su tahalí y saluda al Sol.

Tres flechas salen disparadas hacia la carga. Solo dos impacta en los caballos, justo en las patas, mientras una se queda clavada en el árbol de al lado. Pero no importa ya que, en el dolor, el caballo derriba al caballo que se había librado. Dos de los jinetes salen disparados hacia delante mientras que otro jinete queda atrapado en su montura por una de sus piernas.

Los otros tres jinetes saltan por encima de los caballos heridos sin ver a sus compañeros caídos y los aplastan.

Las tres flechas aciertan pero esta vez sus jinetes están preparados y saltan antes de que los caballos caigan.

– Disparad ahora a los jinetes- grita mientras se prepara para los jinetes que se levantan. Tres contra uno. Vuelve a sonreír.

Son listos se abren para que tenga más que estar pendiente pero no se esperan que él fuera el primero. Carga contra el de más de la derecha, finta un tajo derecho a la altura de las piernas que se convierte en una profunda estocada en el corazón. Lo atraviesa, pero no lo hunde profundamente para sacar rápidamente el arma mientras se cae el cuerpo sin vida.

Los otros intentan atacar, pero no son lo suficientemente rápidos para él. No quiere ni intentar defenderse, vuelve al ataque a las rodillas del oponente central, el más cercano a él. Cae con la espada atascada en la rodilla derecha desapareciendo su capacidad para el ataque.

Sin espada, se tira al suelo con patada a la espinilla del último contrincante. Cae con el hacha delante suya. Se la clava.

Se pone de pie, destraba la espada de la rodilla del agresor y le corta rápidamente el cuello. Mira a su alrededor. Dos de los jinetes que faltan han caído, uno con una flecha en el cuello, otro con otra en el pecho y con el cuello roto por la caída. El tercero acababa de ser ensartado por la lanza del padre. Bien hecho.

Solo falta una cosa por hacer. El herido debajo de su caballo. Se acerca a él.

– ¿Quién eres y qué quieres?

– Si no me matas te lo digo todo además de dónde está la carreta.

– ¿Qué carreta?

– Eres un creyente de la secta Gran Sol ¿no? Te interesa saber la carreta pero antes necesito que me quites a mi caballo de encima.

 

Por Francisco José Díez Devesa

Amante de la escritura desde pequeño. Espero que disfrute de mis relatos e historias.

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