Traición 1: Cansancio

Sale despacio, muy despacio, de las apacibles aguas del lago, casi arrastrándose para llegar a la orilla. El cansancio se le nota en las grandes ojeras que resaltan en su rostro.

Deja de moverse cuando toca tierra seca; ya no hay agua que le pueda arrastrar. Acaba de amanecer.

Le despierta el hambre. El sol está a punto de ponerse por la montaña de la cascada que riega el lago. Se incorpora lentamente y lo primero que hace es buscar fruta entre los árboles. Encuentra un puñado de pequeñas piezas rojas comestibles. Nada más comerlas comienza a oscurecer. Sin luz llegará el frío por lo que resulta urgente encontrar leña seca para poder realizar un buen fuego.

Casi una hora después está sentado junto a un fuego con más fruta mientras seca la ropa para poder dormir algo más. Ese es su deseo, descansar y calmar sus doloridos músculos.

Nada más amanecer, se levanta más animado y lleno de energía; se ejercita con la espada, la única posesión que mantuvo en toda su huida, durante una hora. Después de estirar los músculos, vuelve a buscar más comida. Quiere algo más que fruta. Busca caza. Donde hay fruta, hay animales que la comen.

Experto en rastreo, le resulta es demasiado fácil cazar un conejo. Por eso siempre iba en las vanguardias de los ejércitos porque era el mejor rastreador.

Cuando el sol ya está en el centro del cielo y él cocinando su conejo un carro se acercó hacia él.

Mientras un niño pequeño, de unos seis años, llevaba las riendas, la madre le apuntaba con un arco. Cuando el crío para el carro, el padre y la hija mayor, de unos quince años, salen de la parte de detrás con ambas lanzas apuntándole.

La operación está muy bien ejecutada. Muy rápida.

Se levanta despacio y lanza su espada, que está junto a su mano, lejos de su alcance.

– ¿Quieren conejo? Creo que he hecho para todos.

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Por Francisco José Díez Devesa

Amante de la escritura desde pequeño. Espero que disfrute de mis relatos e historias.

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