CARTAGENA DE INDIAS

Año mil setecientos cuarenta y uno de nuestro Señor. El calor persiste sin esperanza de lluvia. Un mes há que estamos bajo los cañones de los malditos ingleses. Defendemos como podemos Cartagena de Indias, aunque, a estas alturas, poco queda en pie.

Después del saqueo de Portobelo sabíamos que podíamos ser los siguientes. Los piratas nunca se sacian, por lo tanto, querrán cualquier posición de la Corona Española. Los españoles no les daremos esa satisfacción. Cartagena de Indias no caerá, aunque tengamos que dejarnos toda la sangre que tenemos defendiéndola.

Todo comenzó el trece de marzo cuando avistamos las velas del inglés. Los barcos cubrían el horizonte. Los esperados y deseados refuerzos no llegarán por mucho que les esperemos. Don Blas de Lezo, almirante destinado en Cartagena de India y experto en ganar partidas a los infieles se prestó para la defensa.

Al principio de todo, las fortalezas costeras sufrieron los malditos cañones. Poco quedan de ellos y de los valientes hermanos que intentaron aguantar a Vernon. Sé que le valieron la gran cantidad de velas que traían. Para que no entraran como Pedro por su casa, hundimos nuestros barcos en los dos accesos, Bocagrande y Bocachica. Más aun así los ingleses han conseguido pasar. Entonces, nos refugiamos en San Felipe que es arena de otro costal para el inglés.

La fortaleza de San Felipe de Barajas no consiguen tomarla. Los cañones no nos afectan tanto como en las otras fortalezas. Nosotros lo sabemos y ellos también. Después de un mes de que la primera vela inglesa apareciera por el horizonte seguimos aguantando. Cada vez se les ve más impacientes. Seguro que intentarán algo pronto.

Estamos esperando con guardias dobles en toda la fortaleza mientras siguen sonando los cañones. Al final, te acostumbras. Si durante un mes no te han dado, se convierten en sonido de fondo. Simplemente vigilas las esquirlas y los trozos que salen volando por todos lados para no quedar como el almirante Lezo. Le falta un ojo, un brazo y una pierna, atrás dejadas al servicio de la Corona, pago justo por un poco más de gloria. Cualquier otro se hubiera retirado para vivir tranquilamente en la Península, pero él no. La marina es su vida. En el Mediohombre, como le llamamos, no corre sangre en su cuerpo, sino agua salada. Necesita tanto el mar como la marina española le necesita a él.

Cuando parecía que todo se iba a convertir en mera monotonía, los perros ingleses salen del bosque por nuestra retaguardia. Eran muchos, como si hubieran desembarcado varios barcos a la vez. El bosque que teníamos en esa zona no nos ha permitido ver el desembarco. Los gritos del almirante Lezo se oyeron hasta en sus mismos barcos mientras nos organiza con tranquilidad. No necesitamos mucho para estar preparados. Las órdenes son sencillas: los que no estábamos de guardia en las almenaras que fuéramos a mantener la puerta, pero sin armas de fuego. Espadas y dagas. Cualquiera que se ha enfrentado a nuestra infantería, temerá al acero español. Nombra los viejos Tercios en Flandes y verás cómo los rebeldes se esconden.

Es el momento que los ingleses descubren nuestra pequeña sorpresa. Nos hemos pasado bastantes días cavando al lado de nuestros muros. De hecho, todavía tengo tierra en casi todo el cuerpo. Estaba intentando quitarla de las uñas, que molesta bastante, antes de que llegaran. Sus escalas no han servido para nada, se han quedado cortos al hacerlas. Nuestros mosquetes han abierto sus bocas escupiendo fuego con gran acierto. Muchos ingleses están descubriendo la buena puntería de los españoles. Aunque los arqueros indios no se andan a la zaga. Cada bala o cada flecha que salía de nuestra fortaleza tenía recepción en un cuerpo de los asaltantes.

Por tanto, solo queda el camino diseñado por el Mediohombre. Nuestras espadas y nuestras dagas. Basta con mirar la cara de estos desdichados que nacieron donde no debieron, lo sabes. No están preparados para esta lucha. Nosotros solo sabemos hacer una cosa. Pinchar, cortar, fintar y siguiente inglés. Mi espada entra en su entraña, dos tercios de acero y otro inquilino para el diablo. Los muertos se acumulan mientras que los piratas lo entienden. Por aquí no van a entrar.

La retirada comienza a entrar en su mente hasta que dejan de oír los gritos de sus altos mandos y empieza a correr en dirección contraria. El buen acero español cumple su labor.

Justo es el momento que espera el teniente para que el resto calaran sus bayonetas e hiciéramos una carga todos juntos. Cuando salimos de la fortaleza solo vemos la espalda de los invasores retirándose. Hasta que no empezamos a matarlos a los primeros no se dieron cuenta. Como se nota que nacieron en una isla y no en la Península. En vez de darse la vuelta y luchar hasta el final, siguen corriendo.

Después de todos los bombardeos, de las fortalezas abandonadas, de los compañeros muertos no necesitamos ni un grito para saber lo que hacer. Matar a todos soldados bajo la bandera británica que viéramos. El temple español vengaría cualquier afrenta inglesa. Con bayoneta o con nuestras simples espadas, muchos piratas mordieron el polvo.

Tras horas y horas, ya cansados, los ingleses pudieron correr más rápido que nosotros. Es entonces cuando nos retiramos a la fortaleza dejando un largo rastro de ingleses muertos bajo el acero español. En la misma vemos que nuestros compañeros de sufrimiento, los arqueros indios, se habían mantenido al margen por si necesitábamos de su ayuda. Dentro de la fortaleza montando guardia con sus arcos preparados. Hay que reconocerlo el Mediohombre está en todo.

Esos hombres luchan con verdaderos hermanos de sangre. Nosotros tenemos nuestros mosquetes y algún que otro viejo doce apóstoles. Ellos con sus arcos y flechas han metido en vereda a los piratas. Han nacido en la otra punta del mundo, aunque si me dijeran que son de nuestra amada Península también me lo creería. Por eso cuando vimos a Vernon no nos fuimos de Cartagena de Indias, ningún español deja atrás a sus hermanos sin luchar.

La vuelta a la fortaleza fue con tranquilidad, mirando nuestra espalda por si los ingleses intentan algo y con algo que habíamos olvidado. Sonrisas. Les hemos dado una lección que los ingleses tardaran mucho en curar.

Después de reunirnos dentro de la fortaleza esperamos. Y esperamos. Y esperamos. Los ingleses no volvieron. Ni volverán. Uno de los “renegados” que mandó Lezo vuelve con información. Los ingleses se han ido.

El segundo de los “renegados” llega con una sonrisa más grande que el primero. Vernon, dirigente de los piratas, ha tenido que hundir una gran parte de sus barcos por falta de marineros antes de levar anclas.

– ¡¡Maldito seas, Lezo!! – se le ha oído gritar mientras se iba de Cartagena de Indias.

Las risas de toda la fortaleza han quedado pequeñas comparadas con las de Mediohombre mientras lo contaba con una frase más.

– Toda la flota con la que vinieron y, ahora mismo, les quedará para hacer de cabornera. Si es que todavía les quedan ganas de seguir navegando.

Cartagena de Indias seguirá siendo española. Tendrá que reclutar a más gente para conquistarla si es que después de esto, hay algún inglés con ganas de venir a vernos. Nuestro acero ha probado la sangre pirata, y quiere conocer a más.

 

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Por Francisco José Díez Devesa

Amante de la escritura desde pequeño. Espero que disfrute de mis relatos e historias.

3 comentarios en «Cartagena de Indias»
  1. Enhorabuena , muy buen blog !
    Has conseguido engancharme con este relato, ahora toca disfrutar del resto.
    Espero que sigas subiendo mas y actualizando el blog
    Un saludo !

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